Cuando descubrí que tenía células precancerosas en mi cuello uterino, esta organización sin fines de lucro me proporcionó atención médica de primera sin costo
Por ser la hija de una madre mexicana católica y un padre palestino musulmán, viví con dos reglas estrictas de mis padres:
No hablar de sexo.
No pensar en tener relaciones sexuales hasta el matrimonio.
Seguí la primera regla muy cuidadosamente durante mucho tiempo. Eso no ocurrió tanto para la segunda regla. Me volví sexualmente activa durante mi adolescencia pero no se lo dije a nadie, sabiendo que si mis padres lo descubrían, estaría en graves problemas puesto que probablemente me hubiesen repudiado.
La anatomía femenina era otro tema tabú en mi hogar, así que intencionalmente nunca hablaba de mi cuerpo. De hecho, nunca traté de aprender sobre mi cuerpo. Esto me hizo muy ingenua sobre mi propio ser. Ni siquiera sabía lo que era una descarga vaginal hasta que tuve más de 20 años.
Así que, cuando un papanicolaou de rutina tuvo resultados anormales, no tenía idea de lo que eso podía significar. Estaba a la merced de mi ginecóloga obstétrica, una mujer amable y profesional de Planned Parenthood, lugar al que acudí durante años para propósitos de pruebas y control natal. Iba a Planned Parenthood porque no tenía cobertura de servicios médicos y proporcionaban servicios gratis.
Una prueba de seguimiento del VPH reveló que tenía un virus común, el virus del papiloma humano (VPH), una infección viral que se transmite mediante relaciones sexuales y que aproximadamente el 80% de las mujeres contraerán en algún momento de sus vidas. El VPH frecuentemente causa verrugas genitales, pero no tenía ningún síntoma que pudiese detectar.
No solo que tenía el VPH, sino que era una cepa virulenta, el tipo 16 o 18, que puede causar cáncer cervical y a menudo no muestra síntomas.
Me dijeron que regrese a Planned Parenthood para una colposcopia para examinar mi cuello uterino cuidadosamente. Durante este procedimiento, mi proveedor de servicios médicos (HCP, por sus siglas en inglés) hizo una biopsia de mi cuello uterino.
Me sentía sola y avergonzada mientras esperaba los resultados con nervios. No podía hablar con mis padres porque se enterarían de que estaba teniendo relaciones sexuales. Tímidamente se lo conté a una de mis hermanas, quien me regañó prejuiciosamente.
“Espero que no se lo hayas dicho a nadie”, dijo. “Vas a hacer quedar mal a nuestra familia”.
A pesar de haber aprendido que el VPH era algo que muchísimas mujeres contraen, sentí que me estaban castigando por ser sexualmente activa. Siempre usé preservativos con mis parejas pero aun así contraje este virus potencialmente letal porque los preservativos no proporcionan una protección total contra el VPH. También lamenté mis antecedentes de fumadora casual porque mi ginecóloga obstetra me acababa de indicar que fumar estaba asociado con un mayor riesgo de contracción del VPH.
Los resultados de mi biopsia no fueron buenos. Tenía células precancerosas en mi cuello uterino.
Mi ginecóloga obstetra recomendó enfáticamente una extirpación electroquirúrgica con asa (LEEP, por sus siglas en inglés) para remover las células precancerosas. Una LEEP se demora aproximadamente 10 minutos, pero pasa mucho en ese periodo de tiempo. Una asa de alambre se inserta en tu vagina para extirpar el tejido anormal en tu cuello uterino, el cual se cauteriza (quema) para detener cualquier sangrado. El proceso de cicatrización después del procedimiento dura aproximadamente de cuatro a seis semanas.
“Esto se convertirá en cáncer cervical si no se trata”, dijo el doctor enfáticamente.
Resalté el hecho de que no tenía cobertura médica y no podía pagar la cirugía, pero mi doctor me aseguró que Planned Parenthood cubriría todos los costos del procedimiento. No tuve que pagar ni un centavo.
Accedí a proceder con la LEEP, pero me preocupaba que el procedimiento afectase mi capacidad de tener bebés, lo cual es algo que deseaba mucho en el futuro. Aunque es algo muy raro, estos procedimientos, ocasionalmente, pueden afectar la fertilidad y el embarazo.
Mi ginecóloga obstétrica consideró seriamente mis preocupaciones y me dijo que el doctor que iba realizar la LEEP sería extremadamente cuidadoso y que el procedimiento no debería afectar mis posibilidades de embarazarme ni de tener embarazos a término. Hizo un gran trabajo haciéndome confiar en el procedimiento, al igual que el resto del personal, pero todavía tenía miedo.
Recuerdo que me quedé mirando al techo durante el procedimiento, viendo ansiosamente el póster de un gato que estaba pegado ahí. Todo salió bien, pero me di cuenta de que estaba enojada con mis padres. Sabían que iba a tener una cirugía ambulatoria ese día debido a “algo de mi cuello uterino” (era lo único que me sentí cómoda diciéndoles) y en vez de preguntarme qué pasaba o brindarme algún tipo de apoyo real, pareció no importarles y simplemente dijeron que rezarían por mí.
Necesitaba mucho más que plegarias de ellos. Necesitaba sentir mucho amor y apoyo. Necesitaba saber que podía hablar con ellos de cualquier cosa. En vez de eso, tuve que ocultar lo que pasaba para evitar que tengan arrebatos de ira porque arruiné mi pureza.
Ahora, 12 años después de mi espantosa lucha con el VPH (fue eliminada y me vacune contra ella), estoy felizmente casada con un hijo asombroso que tuve a término sin ninguna complicación.
Rompí la regla de hierro de mi familia de nunca hablar de sexo o de anatomía cerca de ellos. Quiero poner un ejemplo para mi hijo, con quien puedo hablar tranquilamente de esos temas. Mi familia todavía se pone incómoda cuando digo este tipo de cosas, pero no dejo que me moleste porque entiendo que es su vergüenza, no la mía.